Viena, Austria
Esta era mi segunda visita a Viena (y tipo la cuarta para Max). La primera vez que la visité estaba recién llegada a Europa y Max me llevó a un romántico paseo por Praga y Vienna. Tengo recuerdos lindos y muy personales de esa primera vez, sobre todo porque siendo noviembre la ciudad alojaba el muy conocido mercado de navidad, el cual me dejó enamorada. En esa ocasión no estuvimos mucho tiempo y vi muy poco, me quedé con ganas por ejemplo de visitar los jardines floridos de Schönbrunn (que en esa estación no son otra cosa que grandes terrenos fangosos), pero esta vez teníamos 4 días enteros a nuestra disposición y los aprovechamos lo mejor que pudimos.
Viena es un poquito cara, algo sucia y MUY caótica, pero la hermosura de la ciudad cubre esos pequeños detalles. Sus medios de transporte públicos son muy prácticos, 5 líneas de metro puntualísimas se distribuyen para alcanzar cualquier meta, así también como trams y buses.
La tan mencionada y famosa Sachertorte debería de tener un monumento no por lo buena sino por lo cara que es, al menos en el café del restaurante del mismo nombre. Les dejo a ustedes la decisión de ir a ese lugar a comerla o simplemente entrar en uno de los muchos cafés del centro y consumirla ahí, yo personalmente no encontré grandes diferencias entre una y otra, pero debe haber sido porque: a) había apenas comido y probé solo un pedacito, o b) mis papilas gustativas necesitan educación urgentemente.
Schönbrunn en cambio me encantó y si no hubiera sido porque empezó a llover seguramente nos hubiéramos quedado más de las siete horas que estuvimos. En pocas palabras, un día entero sería la mejor opción si se tienen ganas de visitar todo lo que ofrece el lugar.
En Viena comimos divinamente e incluso tuvimos la oportunidad de ver un Strudelshow donde se nos mostró como preparan el Strudel típico de manzanas (voy a subir un post más adelante de esto, no se lo pierdan). Además de todas las delicias que ofrece la ciudad. La única cosa que nos decepcionó mucho fué darnos cuenta que de los antiguos quiscos donde vendían wrustels y cerveza quedaban muy pocos y en su lugar los puestos de kebab abundan en cada ángulo de la ciudad.
Los vieneses son un poquito reservados, pero son educadísimos y nos sentimos siempre muy bien tratados. El tiempo estuvo un poco loco (como en todas partes) y algunas veces amanecía con un sol radiante solo para nublarse y llover por la tarde (o viceversa), también, un día llovió durante toda la jornada y eso nos obligó a cambiar de planes y visitar la Haus des Meeres (casa del mar), que por cierto, pudiera ser una alternativa para los niños, pero a nosotros no nos dejó una gran impresión, es cierto que algunos animales (como monos y pájaros) se acercan tanto que se dejan tocar, pero 14€ por unos cuantos pequeños pisos con peceras no me parece que valgan el ticket.
En esta ciudad no hay manera de aburrirse, sus múltiples parques, museos, monumentos, edificios antiguos, restaurantes y demás sitios de interés son tantos que siempre te quedarás con algo que no viste, claro, esto da la pausa para regresar en un futuro, aún cuando te tomen casi once años como me pasó a mi.