Takayama, Japón
Cuando estábamos organizando nuestro viaje en Japón pensábamos que Takayama sería solo una pequeña meta obligada en nuestro camino a Shirakawa-go; en todos los sitios donde encontrábamos información mostraban siempre la misma foto de una de las calles principales y algo de información sobre lo que había que ver enfocándose más en los maravillosos pueblitos cercanos. En realidad no sabíamos que Takayama sería uno de los lugares que más disfrutamos durante el viaje y del que más bonitos recuerdos tenemos.
Takayama se reveló una verdadera sorpresa y la recuerdo con felicidad y la nostalgia que te dejan los viajes. Sus callejuelas (no solo la principal), sus mercadillos, la gastronomía y varias cosas más de seguro dejaron huella en nosotros.
Partimos muy temprano desde Tokyo en autobús en un viaje que nos pareció placentero a pesar del tiempo. Llovía con esa lluvia fina y pertinaz que a veces resulta fastidiosa pero que vista por la ventana de un bus o tren, te parece encantadora. Los nubarrones casi negros, los paisajes sombríos y ese frío de otoño que sentíamos apenas nos deteníamos en alguna estación de servicio fueron parte de esas memorias. Y hablando de memorias, es curioso pero yo de las cosas que más recuerdo de ese pequeño viaje en autobús es precisamente en una de las paradas que hicimos y del chocolate en lata que compré en una de las maquinas. Estaba delicioso. O sería tal vez que todo el ambiente y el entorno me lo hicieron parecer.
Llegamos a la estación de Takayama apenas pasada la hora del almuerzo, habíamos reservado un hostel (Maricruz logró convencerme) que estaba a solo un par de cuadras de la estación. Apenas dejamos las maletas salimos a explorar los alrededores, siendo ya otoño los días eran más cortos, así que casi inmediatamente pudimos gozar de un bonito atardecer en la ciudad con sus calles mojadas de la lluvia apenas pasada.
Mientras caminamos por la calle, yendo hacia la calle principal (si, esa de las miles fotos), notamos un pequeño local con varia gente en fila, nos acercamos y lo vemos justo ahí: El famoso Hida Beef, primo hermano del otro igualmente famoso Kobe Beef. Lo estaban vendiendo en pequeñas brochetas y en nigirizushi y bueno ¿Qué podemos hacer? pues nada, que Maricruz se pide uno de estos últimos y yo me hago de una brocheta, nos los comemos ahí mismo y continuamos nuestro camino.
Apenas se pasa el puente del río y ya estamos en la parte vieja de la ciudad, con sus calles esas famosas (no es una sola como pensábamos). Es en dichas calles donde se encuentra la aglomeración de turistas y la población local. Paseamos un poco pero entonces el estomágo nos comienza a recordar que es ya hora de cena. Nos dirigimos a uno de los locales que los chicos del hostal nos recomendó y puedo decir sin temor a equivocarme que fue ahí donde comí los mejores ramen de todo el viaje. Naturalmente regresamos varias veces más, tanto así que la señora que los preparaba ya hasta nos reconocía.
Como les decía, Takayama no solo tiene una bonita calle para ver, hay varias (Ichi no machi, Ni no machi y San no machi) y pasear por ellas es una bonita experiencia. En estas calles hay varios negocios de souvenirs pero también templos y restaurantes. De los negocios que más me llamaron la atención y como apasionado de vinos que soy, obviamente fueron los que vendían Sake, algunas de las haciendas son productoras de este tipo de vino desde hace siglos. Entramos a algunos a degustar y una vez más nos quedamos con una grata impresión de la calma y educación con la que el todo se maneja. Estamos en Japón y eso es imposible de no notar.
No es de soprenderse que caminando por esas calles improvisamente se ven algunos locales de comida con una larga fila y te llegues incluso a preguntar si de casualidad no están regalando algo, para luego darte cuenta que en realidad es solo un local más de street food que vende brochetas de Hida Beef o bollitos rellenos (de carne de Hida) al vapor, abundan por doquier. También claro, los del tradicional sushi. El street food aquí es de verdad muy buscado y no es de sorprenderse, se come divinamente. Entre degustaciones y paseos los días se pasan veloces en este lugar.
Hay tantos negocios de tantas otras cosas, a cual más encantador y llenos de turistas. Uno particularmente me ha impresionado: Es el negocio de palillos para comer. Una especie de Ollivander ¿Si saben a que me refiero, verdad? (si no, me han decepcionado profundamente!).
Al interno de este negocio ollivandaresco exponen centenares de pallilos en todas sus versiones. Desde los más costosos con incrustaciones de oro y nácar, hasta los más económicos de bambú. De diferentes materiales, en cajas, en bolsas, en brillantes colores y texturas, algo que nunca había visto, espectacular.
Takayama es una ciudad vivaz, lo comprobamos en los tres días que pasamos ahí, sobre todo por la tarde al caer el sol, pero también por las mañanas, de hecho los fines de semana hay varios mercadillos que son una gozada de visitar. En especial recordamos uno cerca de la riva del río donde pudimos visitar (y degustar todo lo que nos ofrecieron) puestos que vendían miso hecho artesanalmente, encurtidos de todo tipo, tés, snacks, todo ello sin el clásico caos de nuestros mercados donde los gritos y los empujones están a la orden del día.
No dejamos de recorrer sus calles, las famosas varias veces, las menos famosas buscando restaurantes o simplemente perdiéndonos, alejándonos del tumulto de turistas. Hay varias casas, jardines y museos de visitar, si piden el mapa en la oficina de turismo o su hotel de seguro podrán escoger -como hicimos nosotros- varias cosas por hacer y les faltarán días. Entre visitas a museos, casas históricas y demás, llegando la hora del almuerzo, el Ramen con Hida Beef siempre llama como las sirenas a Ulises, es imposible no escucharlas.
Otra cosa que personalmente me ha soprendido mucho fue ver lo limpio que tienen el río en esa ciudad. Entiendo que compararlo al Tiber de Roma no es justo puesto que esa es una ciudad muy pequeña en comparación a la mía, pero en realidad nunca había visto un río tan limpio y sin feos olores en ninguna ciudad, ni grande ni pequeña. Ver las carpas enormes que nadaban felices (quiero creer), los sauces llorones que son como una postal del mismo Japón, hacen de todo el panorama algo digno de fotografíar o pintar.
En resumen, visitar Takayama fue una gran decisión, nos permitió conocer el Japón rural (gracias a que de ahí fuimos a Shirakawa-go) y una ciudad pequeña, que Tokyo por cuanto es bella, es siempre una metrópolis.
Si antes de partir hacia Japón tuve dudas sobre visitar o no Takayama, el haberlo hecho me dejó claro que no fue una mala decisión y hoy por hoy la aconsejaría a todo mundo. Llegar ahí es fácil desde Tokyo e incluso desde Kyoto ya que se encuentra practicamente a medio camino entre ambas ciudades, siendo pues una opción muy buena para “descansar” un poco del caos metropolitano. Si aunado a eso saben que además encontrarán el Ollivander de los palillos y el sabrosisímo Hida Beef…bueno, será una experiencia que no olvidarán nunca.