Kioto, Japón
Kioto fue nuestra siguiente parada en nuestra visita a Japón. Llegamos en autobús ya que veníamos de Takayama y nos resultaba más cómodo que tener que transbordar tren dos veces y lo que queríamos era también relajarnos toda una tarde luego de un par de semanas bastante movidas, visto que en esta ciudad también tendríamos un itinerario pesado y caminaríamos bastante. El trayecto estuvo hermoso, paisajes aquí y allá, la caída del sol cuando estábamos llegando ya casi a Kioto y sobre todo, lo bien que pudimos descansar ese día sentados en el cómodo asiento de autobús.
Llegando a Kyoto nos fuimos hacia nuestro hospedaje, por el camino nos acompañó la Kyoto Tower iluminada, hermosa e imponente. Sabíamos que nuestro alojamiento estaba relativamente cerca (1km más o menos), así que decidimos irnos caminando y luego de un par de vueltas de más logramos encontrarlos, al final del post les cuento una anécdota sobre nuestro alojamiento.
Un poco de historia
Kyoto es una joya imperdible en un viaje a Japón. Antiguamente esta ciudad era la capital del país teniendo en sus tierras la sede misma de la Corte Imperial. En el año 1868 el emperador Meiji traslada la sede de la corte a la grande ciudad de Tokio dejando a la primera un tanto abandonada, estatus que le sirvió de mucho durante la Segunda Guerra Mundial ya que fue la única de las grandes ciudades que no resultó bombardeada por los estadounidenses. Kioto es rica en templos, santuarios, exquisitos jardines y lugares históricos; muchos de ellos reconocidos como Patrimonio de la Humanidad.
Fushimi Inari Taisha (伏見稲荷大社)
Nos levantamos emocionados en nuestro primer día en la ciudad, es muy temprano pero queremos empezar el día lo más pronto posible y aprovechar la luz del día al máximo. Desayunamos y nos vamos a tomar el transporte hacia nuestro primer destino: Fushimi Inari Taisha. El santuario sintoísta con sus miles de toriis tantas veces fotografiados y hoy iconos de esta preciosa ciudad.
Llegando al templo nos invade la desilusión: El lugar está a reventar de gente y apenas si se puede dar un paso, es además domingo así que esto está lleno no solo de turistas sino de locales que vienen a disfrutar del lugar. Los templos rojos y naranjas con sus miles de toriis sobresalen entre la multitud. No puedo dejar de pensar en la película Memorias de una Geisha. Sabíamos que este lugar era muy turístico y que habría muchísima gente, pero no esperábamos que tanta así! Lo bueno es que conforme pasaban los minutos y nos adentrábamos las cosas cambiaron para bien.
El hermoso santuario construido en el siglo VIII en honor a los dioses del arroz y del sake nos envuelve con su aire místico. Los miles de torii con los que están tapizados los caminos hasta la cima han sido donados por familias de comerciantes y como prueba de ellos queda anotado en cada uno de los torii el nombre de dicha familia y la fecha de la donación.
Caminamos por lugar libremente observando como hay algunos puestos de souvenirs donde destacan los famosos torii en miniatura , contrario a la mayor parte de los templos en Kyoto, este no tiene un costo de entrada. Esta parte del templo no es tan tranquila como se podría esperar, aún así es bonita y se logra disfrutar poco a poco. Luego de un par de minutos de curiosear por el lugar nos encaminamos hacia las escaleras que conducen a la cima de la colina y nos topamos con el primer torii. Estaba tan abarrotado de turistas sacando fotos que lo primero que pensé fue que ya me iba olvidando de una buena foto. Pero me equivocaba.
Mas subíamos hacia la cima, más tranquilidad encontrábamos. Había tramos en los que practicamente no había un alma, otros en los que se amontonaba la gente. Tomamos un par de fotos a personas que nos lo pedían, nos deteníamos aquí y allá para admirar el panorama de árboles y toriis mezclados entre sí.
Tenemos sed y finalmente llegamos a un especia de café donde podemos comprar una botella de agua y una limonada que nos terminamos de dos tragos. La zona está salpicada de casas de té donde se puede uno detener un momento a relajarse, tomar algo o incluso comer. Nosotros no lo hicimos porque en realidad era aún temprano para el almuerzo pero nos sentamos afuera de uno de estos a recuperar un poco el aliento.
Llegamos a un lugar donde hay una intersección para tomar un camino hacia abajo y luego de debatir si continuar la subida decidimos que era mejor regresar porque aún había tanto que explorar, controlamos en el celular y vemos que en realidad hemos hecho más de 3km y la cumbre en relidad está a solo un par de metros más, aún y todo comenzamos a bajar lentamente.
En esta parte la zona es mucho más tranquila. El momiji se empieza a apreciar más constantemente y notamos que aquí está lleno de santuarios donde destacan las estatuas (grandes y pequeñas) del zorro o Kitsune, mensajero del dios Inari que en su boca casi siempre está presente la llave del granero que alberga el arroz.
Caminamos lentamente por todo el lugar disfrutando de la paz que envuelve todo. El silencio y los colores de otoño nos tienen embelesados y pasan los minutos sin darnos cuenta, es todo tan bonito y tranquilo por aquí, si hay gente visitando el lugar pero no se compara a la multitud que hay en la otra parte, aquí es donde se aprecia más el foliage e incluso en algunas partes se tiene una bonita vista de la ciudad desde arriba. Si no es porque el estómago nos comienza a gruñir exigiendo comida ni cuenta no nos habríamos dado cuenta que ya pasaban horas de la hora del almuerzo.
Nos encaminamos hacia la salida y es entonces que vemos: Puesto de comidas cada dos pasos, gente que se empuja sin querer, aquel que come una brocheta, este que lame un helado de té verde, quien más devora sendos tazones de ramen y quien disfruta de un delicioso sushi. No queremos quedarnos con el antojo y pedimos sendas brochetas de carne asada, nos las dan aún humeante y las devoramos en segundos.
Nos abrimos paso entre el gentío y logramos salir de la zona más llena donde hay varios restaurantes también llenos de gente. Se come tarde por lo que veo. Entramos a uno que nos inspira a disfrutar de un típico almuerzo japonés.
Kiyomizu-dera – Templo del agua pura
Luego de nuestro almuerzo nos encaminamos hacia otro de los templos que teníamos muchas ganas de visitar, otra vez nos toca esperar bastante tiempo a que pase nuestro autobús. Nos damos cuenta que esta cosa de los autobuses no nos está gustando mucho, extrañamos lo práctico del metro en Tokyo pero aquí es diferente, incluso la ciudad es diferente. Llegamos al templo justo cuando el sol está cayendo, la luz dorada no podía hacer más especial el lugar y el foliage rojo encendido le dan a todo el entorno una atmósfera de verdad inigualable.
El templo Kiyomizudera o Kiyomizu-dera (清水寺, templo del agua pura) es un grupo de templos y recintos religiosos que son Patrimonio de la Humanidad desde los años 90’s. Si alguna vez han visto postales de Kyoto seguramente les habrá caído el ojo en alguna imagen de este templo ya que es uno de los más fotografiados y plasmados en pinturas.
Comenzamos a explorar el lugar y pedimos al cielo que esta vez el atardecer sea lento, que nos regale al menos un par de horas más para gozar del lugar. Al igual que el templo de las mil puertas, este también está lleno de turistas y locales, pero no nos importa, es de verdad hermoso el sitio.
Me embobo mirando una chica que se entretiene sacándose selfies, admiro el estampado de su kimono , los colores naranjas, rojos y ocres que se combinan en lo intrincado del diseño. Me le acerco tímidamente y le pregunto si puedo tomarle una foto, me responde que si con una sonrisa y yo disparo una, dos, tres, cuatro, diez veces. Le pido su email para mandarle las fotos y nos despedimos de ella para seguir explorando.
Subimos escaleras, bajamos peldaños, pisamos la hojarasca y nos embelesamos con los colores otoñales y las hojas que caen en cámara lenta, tan acordes a este hermoso sitio. En algunas partes es más tranquilo que en otras así que aprovechamos para salirnos un poco del circuito turístico y tomar un par de fotos también de nosotros en dicho lugar. Creo que no podíamos haber escogido mejor hora para visitar este templo.
El cielo nos recuerda la hora cuando se comienza a vestir de naranja, primero en colores pastel que nos regalan la luz más bonita que hay para hacer fotos, luego poco a poco comienza a ponerse de un naranja rabioso, con pinceladas aquí y allá de amarillo fuego. Las luces de la ciudad comienzan a encenderse dando inicio a la actividad nocturna. No queremos irnos pero estamos cansados de estar fuera todo el día así que comenzamos nuestro descenso parándonos a gozar un poco de la vista desde la colina, con la torre de Kyoto que nos saluda desde la distancia.
Tetsugaku no michi (哲学の道), el Paseo del filósofo o Camino de la filosofía.
Al día siguiente nos levantamos de nuevo temprano, esta vez sin la serenata de ronquidos que no nos dejó dormir la noche anterior pudimos finalmente descansar como dios manda. Teníamos ya el itinerario bien planeado así que después de desayunar nos encaminamos hacia la parada del autobús. Nuestra primera parada del día: El Paseo del filósofo.
Esta zona debe su nombre al filósofo japonés Nishida Kitaro quien solía dar un paseo y meditar en este lugar rumbo en su camino hacia la Universidad de Kioto. Habíamos visto tantas fotos y nos emocionaba tanto visitar este lugar que cuando llegamos y vimos lo pequeño que es no pudimos evitar sentirnos desilusionados.
En realidad este paseo siendo tan pequeño hay que atinarle a encontrarlo cuando está lleno de flores de cerezo (en primavera) o bien cuando el foliage está en su punto. Desgraciadamente nosotros lo encontramos un poco “desvestido” y a excepción de una pequeñísima zona, el resto del paseo estaba lleno de árboles con sus ramas secas, preparándose para la llegada del invierno.
Nos costó un par de minutos entender las indicaciones de Google maps, pero una vez que entendimos pudimos llegar muy fácilmente. El lugar eso si, estaba prácticamente vacío ya que como pueden suponer, no daban muchas ganas de quedarse ahí más que un par de minutos.
Higashiyama Jisho-ji
Tomamos otro autobús y nos dirigimos hacia el templo Jisho-Ji, había leído en alguna parte que era uno de los templos donde se ponía más bonito el Momiji y que era sin duda de visitar sus jardines aún cuando no se tuviera intención de acceder a los interiores, así que hacia allá nos dirigimos.
Apenas llegando nos dimos cuenta una vez más lo turístico del lugar, la entrada estaba abarrotada de gente y cada minuto llegaban más y más autobuses cargados de grupos a visitar el lugar, pero darnos cuenta de lo bien organizados que son los japoneses y ver lo hermoso del lugar fue suficiente para decidirnos a agregarnos a la masa también nosotros.
Es en este templo budista donde pueden ver perfectamente la belleza de los jardines japoneses, el musgo y las plantas bien cuidadas, los caminos de piedritas que llevan hacia el estanque y los riachuelos en los que se divide son algo de verdad hermoso. El foliage había estallado regalándonos hermosas postales aquí y allá.
Nos encontramos con el dilema de si entrar o no a las áreas restringidas pagando el correspondiente ticket, pero nos damos cuenta de que aún hay mucho que ver y las horas vuelan, así que después de nuestra visita de aproximadamente una hora por los alrededores decidimos de emprender camino hacia nuestra siguiente parada.
Palacio imperial de Kioto y su parque
Nos bajamos del autobús y nos encaminamos hacia una de las entradas al parque donde se encuentra el Palacio Imperial. Teníamos claro que no entraríamos a visitarlo puesto que no contábamos con el tiempo suficiente, pero aún así no queríamos perdernos el parque que según nos habían dicho y habíamos leído, era imprescindible decicarle un paseo de al menos una hora.
Efectivamente los jardines son preciosos, expaciosos y tranquilos. Durante nuestra visita ahí vimos que son además locación para servicios fotográficos por lo bonito que resultan.
Le pido a Max me tome un par de fotos y nos divertimos mucho haciéndolo. Me siento libre de posar ya que no hay un alma alrededor aparte de nosotros. Me tiro en la hojarasca, corro, bailo, mientras Max se da vuelo con el obturador. Cuando por fin me canso de hacer tonterías seguimos paseando por las otras zonas.
En realidad la entrada al Palacio Imperial no tiene un costo y se puede “visitar libremente”, la cosa es que no se tiene acceso ni a los pabellones ni a los jardines privados por lo que tal vez no resulta muy atractivo de dedicarle más de un par de minutos y tomar un par de fotos de las fachadas.
Seguimos con nuestro paseo y llegamos hasta un estanque al que atravieza un bonito puente, en medio del estanque un par de casas típicas japonesas de madera, con sus hermosos detalles y rodeadas de una abundante vegetación. Es de verdad bella esta zona del parque y es también innegable el gusto exquisito de los japoneses.
Hemos paseado tanto hoy que otra vez se nos está haciendo tarde para el almuerzo. Decidimos pues encaminarnos hacia nuestra siguiente parada y por el camino comer algo.
Castillo Nijō
De las cosas que me arrepiento de no haber visto en Kyoto es precisamente el Castillo Nijō. Luego de caminar y caminar y caminar, nos damos cuenta que son ya pasadas las 4pm. y es precisamente hasta esa hora que se permite la entrada ya que el lugar cierra a eso de las 5pm.
Desilusionados y dándonos cuenta que habíamos planeado muy mal el itinerario, nos encaminamos hacia la parada del autobús para ir a nuestra última visita del día; no sin antes tomarle al menos una foto a la entrada del Castillo.
Gion & Pontocho
Siendo aún temprano en Gion nos dio tiempo de pasear por horas y de sumergirnos en la bonita atmósfera que rodea toda la zona.
La primera cosa que hacemos es visitar el Santuario Yasaka, el preferido de las maikos y geishas de la zona. Paseamos por el lugar que como es de suponerse está lleno de gente y es que dicho santuario es uno de los mas populares de Kioto ya que aquí se celebran varias festividades donde participan las maikos y geishas.
Hay una cantidad inmensa de mujeres vestidas con kimono, me arrepiento un poquito de no haber hecho lo mismo (rentar un kimono e irme a pasear por la ciudad), pero solo de imaginarme la incomodidad hace que se me quite ese arrepentimiento inmediatemtne.
Nos adentramos en el santuario pasando hermosas puertas labradas y toriis hasta llegar al parque Maruyama que como todos los parques, nos deja sorprendidos con lo hermoso y bien cuidado que está. El bonito estanque nos regala varias postales de los árboles que lo rodean vestidos de otoño.
Vemos un grupo de chicas vestidas con vestidos típicos de no sé donde (parecen coreanos) que ríen, se toman selfies y bromean entre ellas. Sus vestidos son tan hermosos y coloridos que no podemos dejar de admirarlas por unos minutos hasta que finalmente me decido y les pido si quieren posar para mi cámara. Lo hacen y nos regalan una de las fotos más bonitas que nos trajimos de allá.
Nos regresamos caminando hacia el patio central del santuario, pasando de nuevo por los bonitos toriis que brotan como hongos por toda la zona. La tarde está un poco nublada pero la luz es bella y nos hace sentir felices de estar ahí. Pareciera como si de verdad el día estuviera alargando sus horas puesto que ya llevamos buen rato caminando por el lugar y todavía hay bastante luz para tomar fotos.
Salimos por la puerta Nishiromon (西楼門) que nos deja directamente en la calle Shijo, la más famosa de Gion que tiene una multitud de restaurantes, tiendas y cafés.
No es la parte que más nos gusta pero aún y todo nos detenemos a comprar postales y algunos souvenirs que llevaremos a casa. También nos detenemos y compramos un helado de té matcha que curiosamente no había aún probado y que había estado con ganas de ello desde que llegamos a Kioto.
Seguimos caminando y nos topamos de frente el famoso teatro de kabuki Minami-za. Se empieza a hacer tarde y la luz empieza a escasear, así que es tiempo de adentrarnos en las callejuelas del barrio para sumergirnos más en la atmósfera.
Gion está lleno de casas de té donde trabajan todos los días maikos y geishas. Si bien el barrio está muy modernizado, no podemos negar que aún conserva mucho de su encanto antiguo con sus casas y okiyas al más puro y viejo estilo japonés.
Sin duda es hermoso pasear por esta zona al caer del sol, cuando los farolillos de papel se comienzan a iluminar donando una luz particular al ambiente. Esta es mi hora preferida del día, sin importar en donde esté es la hora en que más relajada y feliz me siento, quizás por eso los recuerdos más bonitos que guardo de mis viajes son precisamente los creados a esta hora.
Caminando por las calles junto al riachuelo Shirakawa, no dejo de pensar en lo afortunado que somos de estar aquí. Venir a Japón era un sueño que habíamos guardado en el cajón por años, estar aquí a veces parece imposible y estar en esta ciudad antigua y llena de historias y leyendas, es algo que aún ahora se nos hace irreal.
¿Y las geishas?
No vimos ninguna Geisha y siendo completamente honestos nunca pusimos nuestras esperanzas en ello o pretendimos de ir a la caza de tan hermosas criaturas. Habíamos leído tanto sobre el acoso del que son objeto de los turistas que nos estresaba el solo pensar de encontrarnos con una y ser testigos de dicho comportamiento. No sé si fue el destino o el mismo universo, pero se nos cumplió el no ver tal despliegue de mala educación, pero también con ello la experiencia de ver una Geisha o Maiko en vivo y a todo color. Quizás la próxima vez.
Luego de pasear por un buen rato entre las callejuelas, viendo no solo okiyas y casas de té antiguas sino negocios de todo tipo que se mantienen con los años y que hoy en día siguen en pie a pesar de la globalización; nos dirigimos hacia Pontocho, dando primero un tranquilo paseo por el río y disfrutando de los últimos minutos de luz solar antes de sumergirnos completamente en la obscuridad nocturna.
En Pontocho buscamos un restaurante para cenar y luego de pasear un poco por la zona nos regresamos a nuestro alojamiento con los pies cansados y el corazón hinchado de felicidad. En realidad ya estábamos tan cansados que la visitada a este barrio la hicimos de carrerita y solo con la intención de buscar donde cenar, el pequeño paseo que dimos fue -otra vez- para buscar el transporte que nos regresaría a nuestro alojamiento.
Arashiyama (bosque de bambú)
Al día siguiente nuestro itinerario empezaba en Arashiyama para visitar el Bosque de Bambú. Tomamos un autobús desde la parada cerca de nuestro alojamiento y luego de un largo, largo trayecto nos dejó cerca del dicha atracción. La zona es muy grande y en realidad se presta para pasar todo un día, además de que estando un poco lejos del centro de Kioto es mejor hacer planes para pasar aquí la mayor parte del día.
No apenas se acerca nuestro autobús al lugar, nos damos cuenta de lo lleno de gente que está toda la zona. Vemos un río y un puente con cientos de gente caminando, haciendo picnic, paseando en bicicleta, etc.
Nos sorprende (no sé porque, a estas alturas) la cantidad de gente en el lugar, a pesar de ser una zona tan grande a los alrededores esto está a reventar y por doquier hay gente caminando, comprando souvenirs, esperando el autobús, tomando un refrigerio, etc.
Notamos que entrar a pasear al bosque de bambú no tiene costo, pero una vez más nos sentimos abrumados por la horda de turistas que hay en la zona y es que hemos llegado en la hora pico, tal vez por la tarde sea más tranquilo o en alguna otra temporada del año. Para darse una idea de cuanta gente había y como se veía eso hagan click aquí.
El bosque en realidad no es muy grande, hay algunas zonas aparte que si son de pago y seguramente un poco más cuidadas y menos llenas. Para disfrutar más el paseo se pueden rentar bicicletas o hacer un tour en rickshaw. Siendo honestos, a nosotros nos desilusionó un poco y si bien disfrutamos el estar ahí, seguramente no fue de nuestros lugares favoritos.
No nos quedamos mucho ahí, el gentío nos estaba comenzando a desesperar y preferimos irnos lo más pronto posible. En Arashiyama hay muchísimas cosas más que hacer aparte de visitar el bosque, así que abrimos nuestro Google maps y emprendimos camino hacia un lugar más tranquilo.
Apenas salimos de la zona del bosque nos encontramos con la belleza del lugar en pleno otoño. Un estanque que emana una tranquilidad e invita a quedarse a contemplarlo todo el día.
Decidimos no ir a un lugar específico y en lugar de ello caminar sin rumbo disfrutando de la belleza de la zona. Todo es tan bello y hay tan poca gente aquí que no entiendo como se pueden congregar todos en un mismo lugar cuando hay tanto por ver en los alrededores.
Max y yo nos damos vuelo tomando fotos de los caminos, los riachuelos bordeados de piedras, los árboles con sus colores otoñales y el cielo zul y prístino.
No se escuchan ruidos de nada, es todo tranquilo y nosotros no damos un paso sin tomar fotos, detenernos a contemplar el paisaje y de vez en cuando saludar a uno que otro turista que como nosotros, ha decidido de salirse del circuito más transitado.
No tenemos la más mínima idea hacia donde estamos yendo, sabemos que nos podremos perder pero no nos importa porque estamos disfrutando tanto del día que es imposible estresarse por ese tipo de cosas.
Arashiyama está llena de templos, jardines, museos, santuarios y muchas cosas más para visitar. Cada dos pasos nuestra guía en el teléfono nos advierte de detenernos y visitar tal o cual lugar, pero no le hacemos caso. Tenemos solo pocas horas y no queremos gastarlas entrando a otros templos o santuarios por muy históricos que sean. Acá afuera la vida nos detiene a apreciarla con ojos nuevos, curiosos y bien abiertos, para que no se nos escape nada.
Cada pocos metros no encontramos con tiendas de souvenirs que son tan bonitas y bien diseñadas que las mismas construcciones parecen hechas para querer llevárselas. Entramos a un par a curiosear pero no nos detenemos por mucho, hay todavía mucho camino por hacer y no queremos llevar cargando compras innecesarias.
Además de tiendas de souvenirs, hay muchísimas casas de té, cafeterías y restaurantes donde sentarse un rato y descansar del paseo, quizás mientras se disfruta lentamente de un delicioso y confortante té matcha acompañado de un rico pastelito japonés. Si de algo nos estamos enviciando es precisamente de estos últimos, la exquisites de ambas cosas hace imposible no enamorarse y querer disfrutarlas al menos una vez al día.
Comenzamos a sentir hambre y nos damos a la caza de un restaurante donde comer. Luego de vagar por un par de minutos y de curiosear entre los menús expuestos fuera de cada restaurante, nos decidimos y entramos en uno pequeñito, con una atmósfera casera y platillos falsos expuestos (como en muchos restaurantes en Japón).
Dentro solo unas cuantas mesas y una bonita barra. En una mesa un grupo de turistas japoneses devoran sendos cuencos de ramen y en la barra un señor lee un periódico y se toma una bebida.
Nos sentamos y nos damos cuenta que el menú es solo en japonés pero no nos amedrentamos y le señalamos un par de platillos en la vitrina que da a la calle. Comemos riquísimo y descansamos un poco antes de proseguir nuestro paseo.
Nos cae el ojo en la guía que habla de un templo con un pequeño bosque de bambú donde dicen que es mucho más bonito de visitar ya que no hay tantos turistas como en el otro, así que nos encaminamos hacia allá con la esperanza de poder hacer un par de fotos decentes.
Por el camino nos encontramos con la calle Saga-Toriimoto, repleta de casas tradicionales hoy en día convertidas en más restaurantes, negocios de souvenirs y casas de té.
Llegamos al mencionado templo (perdón pero no recuerdo el nombre) y ¡Oh sorpresa! la zona con el bosque de bambú estaba cerrada por reparaciones, así que con bastante desilusión decidimos de no entrar al templo, al fin de cuentas, a por lo que queríamos entrar no era posible, para nosotros no valía la pena seguir ahí.
Teníamos dos opciones: Regresar por donde habíamos llegado y volver a pasar por toda la bonita zona que habíamos caminado, tomar el mismo autobús de regreso e ir nuestro siguiente destino. O, hacerle caso a Google Maps y hacer otro camino, que según la App, nos llevaría más rápido a la parada de autobús y además veríamos zonas que no habíamos visto.
Nos decidimos por lo segundo, con el resultado que nos perdimos. Como tenía que ser, perdernos es ya nuestra costumbre, pero una cosa es hacerlo en la zona un poco peligrosa y otra en una localidad rural cerca de Kioto.
Los paisajes esta vez eran de campos cultivados, gente que trabajaba y casas japonesas. Los pies nos dolían de la caminada pero llegamos finalmente a nuestra parada, solo para tener que estar otra media hora esperando el autobús de regreso.
Kinkaku-ji (pabellón dorado)
El nombre oficial de este templo es Rokouon-ji y fue edificado en el 1397 como una villa de descanso del shogun Ashikaga Yoshimitsu. Más tarde, a la muerte del shogun en 1408 la villa se convierte en templo zen para la secta Rinzai, desde entonces, el templo funciona también como recinto shariden.
Llegamos al templo cuando el sol está ya bajo, en la entrada hay una fila enorme pero la eficiencia japonesa se hace notar y la fila avanza rápida y tranquila. Ahí mismo junto a las taquillas nos encontramos con un bonito jardín bañado de ocre, con árboles con hojas otoñales y el sol que se asoma entre sus ramas donando a todo una atmósfera hermosa.
Con los boletos en mano nos encaminamos a la entrada y apenas pasamos la pesada puerta de madera nos encaminamos por un estrecho camino lleno de gente que se amontona alrededor de un estanque. Dicho estanque se llama Kyoko-chi (espejo de agua) y de verdad parece un espejo. Alrededor del estanque un bellísimo jardín japonés con pinos y rocas sobresaliendo aquí y allá. Y al centro, el hermoso edificio cubierto de láminas doradas, lo que le da honor a su nombre.
Es increíblemente bello. La luz del atardecer es tan perfecta que lo hace ver aún más hermoso si es posible.
No es posible acercarse demasiado al templo, de la misma manera que no es posible visitar su interior. Pero eso hace que se puedan tomar fotos muy bonitas sin que se atraviezen las cabezas de los otros visitantes.
Si, el lugar es estrecho en esa parte y es un poco intranquilo, pero basta esperar un par de minutos y puede uno encontrar un espacio entre la gente para tomar fotos y apreciar desde ahí la maravillosa construcción.
El camino por donde se pasea rodea el estanque con el templo, en una parte es posible acercarse un poco más al edificio y dar una curioseada al interior donde se pueden apreciar las estatuas de Shaka Buddha y Yoshimitsu así también como los bellísimos detalles del templo.
Luego de aproximadamente 40 minutos de pasear por el lugar nos encaminamos hacia los jardines del templo, mismos que han mantenido su exquisito diseño desde el siglo XIV.
El paseo por los jardines es tranquilo y lo disfrutamos bastante. Nos dan ganas de quedarnos a contemplar cada guijarro o piedrecilla, cada rama de pino y cada riachuelo. Pasamos por la antigua residencia del monje principar y nos adentramos un poco más, dejando atrás el templo dorado.
En la parte trasera del jardín encontramos más vegetación en abundancia e incluso pequeños santuarios y otro estanque con varios islotes. Pasamos también la casa de té Sekkatei que fue construida en el periodo Edo y finalmente alcanzamos la última parte del jardín, habiendo hecho un paseo en círculo.
Afuera nos encontramos con tiendas de recuerdos y otras vez, el gentío que curiosea por doquier. En total nos ha llevado dos horas pasear por el lugar y no podíamos haber estado más contentos.
Nos despedimos del lugar y nos vamos a nuestra parada de autobús para regresar a nuestro alojamiento, no sin antes deleitarme con mi respectivo helado de matcha.
Que otra cosa vimos en Kioto
No todo fueron templos y santuarios en Kioto, aunque debo ser honesta y admitir que fueron los que más visitamos, llegando un momento que estábamos un poco saturados, pero al final entre otras cosas que hicimos fueron:
Pasear por los alrededores de la estación central y disfrutar de la Torre de Kioto de día y de noche. A la torre se puede subir y disfrutar desde su observatorio las hermosas vistas de la ciudad. En su base además hay restaurantes y cafés donde disfrutar un refrigerio y relajarse. La iluminación de la torre es una cosa verdaderamente particular, esta tiene dos temas principales: Landmark Light y Diamond Veil que usan dependiendo de la temporada del año y que incluye varios tipos de juegos de luces a la vez. Y no solo, las iluminaciones han sido además usadas para campañas de concientización por ejemplo para el cuidado del medio ambiente, el cáncer de mama o el día mundial de la diabetes; así mismo para representar o celebrar eventos comerciales y de entretenimiento.
Pasear por sus calles lejos de los circuitos turísticos. Lo admito, fue más que nada por las veces que nos perdimos y aunque muchas de esas ocasiones, casi quisimos tirar la toalla y hasta llegamos a discutir entre nosotros por motivos bastante tontos, al final todo eso se convirtió en recuerdos que ahora nos causan risa y nos hacen entender que incluso en los viajes, uno puede llegar a estresarse por cosas que se nos salen de control.
La ciudad es si es bonita, pero si tiene mucho contraste con Kyoto, por ejemplo la encontramos un poco caótica, más tráfico, más gente y el metro menos práctico. Los autobuses son un poco mejor para moverse pero tardan un poco y si eres turista despistado (como nosotros) cuesta más dar con la parada adecuada. No obstante eso, la encontramos también más “humana” y menos “robotizada”.
Pasear por el Río Kamogawa. En la caza de autobuses y luego de visitar algún templo o sitio histórico nos dimos de bruces dos o tres veces con este hermoso río. Es agradable dar un paseo por aquí, no hay tráfico, solo de vez en cuando algún local con su bicicleta. Yo recomendaría de ir a hacer un picnic ahí si se cuenta con el tiempo o simplemente dar un paseo de una hora para relajarse.
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La anécdota del alojamiento
Estando aún en casa me empeciné y después de varios lloriqueos, amenazas, ruegos, promesas y todo mi arsenal manipulativo, convencí a Max de quedarnos en un hostel, de esos que compartes habitación con otras 6-8 personas y cada quien tiene su cama, duermes separado a tu pareja y el baño y cocina son de uso común. A Max no le gustan, a lo más que su tolerancia llega es a compartir cocina y espacios comunes, por ejemplo en los B&B o en las Guest House porque él dice que necesita su privacidad para dormir y usar el baño. Como sea, lo convencí diciéndole que en Japón era seguramente diferente y que sería una experiencia maravillosa.
Llegamos al alojamiento y efectivamente era otra cosa a lo que yo antes había visto o experimentado (en Grecia y Tailandia yo estuve sola en un hostel, así que mi experiencia era “muy basta” como podrán imaginar). Las instalaciones parecían de hotel de 4 estrellas, las áreas comunes super limpias, todo muy bien organizado y puesto en su lugar, las chicas de la recepción super amables y los baños eran grandes y bonitos, además de muy privados (con música, desodorantes, dobles puertas en las duchas, etc.), en fin, todo muy bonito.
Nos señalan nuestro cuarto y número de cama, Max se sube a su litera y yo me quedo en la de abajo. Nos dormimos y luego de un par de horas (no estoy segura), me despiertan unos ronquidos que están haciendo temblar las paredes de mi pequeño bunker (las literas están rodeadas de paredes de madera delgada). Mi primer pensamiento fue que Max estaba roncando! y en mi duermevela no atino a otra cosa que a levantarme y avisar a mi marido ¡Que le pare a los ronquidos! Claro, no puedo gritarle o darle un codazo como hago en casa cuando me despierta con su dulce sinfonía, así que la levantada es para tocarle los pies y despertarlo.
Le tomo los pies y estoy a punto de susurrar que se calle cuando sale una voz grave y profunda con un dejo de irritación y estupefacción que dice: ¡No soy YO!.
Mi pobre marido estaba despierto desde que había empezado la serenata (casi una hora antes), tratando por todos los medios de despertar al susodicho “cantante”. Le susurró, le golpeó la pared de al lado porque -oh Dios mío- el mentado individuo dormía justamente al lado de mi marido en la parte de arriba, y al final que no pudo más, le gritó que se callara.
Pero nada, el hombre continuó con sus ronquidos por TODA la noche y a la mañana siguiente, mientras todos desayunábamos a eso de las 7am y comentábamos lo desagradable del episodio (porque, obvio, había despertado a todo el piso), el sujeto continuaba roncando tan fuerte que las pobres paredes vibraban al unísono.
Era nuestra primera noche en Kioto y no queríamos arruinarnos la estancia, así que fuimos a la recepción donde expusimos el problema y las chicas, maravillosas ellas, nos cambiaron de habitación a otra más tranquila. Nos dijeron además que no fuimos los únicos que nos quejamos y se disculparon con nosotros.