Innsbruck, Austria
Nos despertamos a las 05:00 am, emocionados y alegres que casi nos ponemos a saltar como Taita que no se está quieta un segundo. Termino de envolver los sandwiches que había empezado a preparar el día anterior, empacar las últimas cosas y preparar dos termos con café con leche para llevarnos por el camino mientras Max comienza a llevar las cosas al carro. En una hora o así emprenderemos viaje hacia el norte de Italia y pasaremos la frontera para llegar a Innsbruck. Son años que quiero visitar esa ciudad y siempre cancelo mis planes a última hora, en esta ocasión no será así.
A las 06:00 en punto Max está encendiendo el motor del carro y salimos de la ciudad que a esa hora ya tiene rato que está en movimiento. Taita inmediatamente se echa a dormir (¡suertuda ella!) y yo abro Spotify para escuchar una de las muchas playlist que he preparado para este viaje. Nos esperan algo así como 9 horas en carretera, pero la emoción del viaje nos hace dejar de lado ese pequeño “inconveniente”.
El viaje transcurre sin sobresaltos, nos detenemos a eso de las 8 a comprar un par de cornetti para desayunar con café y en algunas ocasiones para echar gas, visitar el baño y pasear un poco a Taita. En la frontera nos agarra una tormenta de nieve, no muy fuerte pero lo suficiente para ralentizarnos y llegar a nuestro destino con casi una hora de retraso.
¡Oh bella Innsbruck!
Entramos a Innsbruck cuando ya el sol se está poniendo y encontramos rapidamente la dirección del departamento que hemos rentado (la foto de abajo es la vista desde la ventana de nuestra morada). LLuve mucho y eso nos arruina los planes de salir a explorar la ciudad, así que decidimos quedarnos calientitos y esperar al día siguiente para conocer el centro ya que estaremos solo de paso y mañana mismo nos iremos de aquí.
Al día siguiente sabemos que tenemos todo el día para explorar la ciudad así que desayunamos con tranquilidad y preparamos nuestras cosas para dejarlas en el carro. No sabemos muy bien como funciona la cuestión del estacionamiento así que decidimos de dejarlo en uno de pago en pleno centro y de ahí salir a caminar. Nos perdemos entre las callecitas del centro y recorremos lo más que podemos; Taita no se está quieta y como cada vez que la llevamos a un lugar nuevo no hace otra cosa que jalar muchísimo porque quiere oler todo. Le ponemos el bozal, aunque parece ser que no es obligatorio y para nuestra sorpresa se lo deja perfectamente, solo que asusta a la gente porque al verla con el bozal puesto piensan que es agresiva.
La ciudad me parece deliciosa, con sus callecitas adoquinadas y mojadas de la lluvia que -por suerte- fué solo durante la noche. Negocios de souvenirs, restaurantes y turistas visitando la ciudad hace de todo un bonito paseo. Los olores de würstel asados, vino caliente y estofados nos comienzan a abrir el apetito y ¡Son solo las diez de la mañana!
Continuamos paseando por Innsbruck que a pesar de ser una ciudad muy pequeña y donde casi todo se concentra en el centro de la misma, nos hemos dado cuenta que un día solo no basta para gozarla como se debe, aunque si para darse una buena probadita. Entre los edificios históricos en el centro podemos encontrar El Tejadillo de Oro, el Palacio Imperial y como no, la bella Torre de la ciudad que nos acompaña en todo el paseo y nos hace de guía -por así decirlo-, dicha torre data del año 1450 y se puede subir a ella para admirar la ciudad desde arriba.
Llegamos entonces a la calle más representativa de Innsbruck: Maria-Theresien-Strasse donde aún podemos ver un par de puestecitos del ya ausente mercado de Navidad y a los lados negocios de todo tipo. A pesar del frío y de la amenaza de lluvia hay mucha gente, sea del lugar que turistas. Le pedimos a un par de estos últimos que nos tome por favor una foto y luego de habernos complacido nos damos cuenta que son italianos y conversamos un poco con ellos. Vista la proximidad a la frontera, no es de extrañarse que el lugar pulula de gente del Bel Paese, que entre otras cosas tienen a Innsbruck como meta preferida para las vacaciones invernales gracias a sus maravillosas pistas para esquiar.
A la hora del almuerzo nos encontramos con una amiga del lugar que nos lleva a un maravillo restaurante donde probamos las delicias locales: Estofado de hígado al vino tinto, wiener schnitzel, papas al horno y claro, una buena cerveza para acompañar. La cúspide la alcanzamos cuando compartimos un grande plato de Kaiserschmarren, uno de los postres más ricos que he probado hasta ahora! Quedé enamorada.
Nos despedimos de nuestra amiga luego de un buen rato de conversación y continuamos a pasear por la ciudad por un par de horas más. Es hora de partir, nuestro viaje ha apenas comenzado y yo no veo la hora de darme una buena ducha caliente y ver todas las fotos que hemos hecho. Pagamos un muy caro ticket de estacionamiento y emprendemos el camino por el Tirol, pasando por hermosos paisajes nevados y donde haremos una parada de un día antes de llegar a nuestro siguiente destino.