Desierto de Zagora, Marruecos

Contratamos un tour en el desierto desde Italia. Durante casi dos semanas estuve en contacto con una persona del lugar poniéndonos de acuerdo con los detalles. Así que el día señalado nuestro guía (que hablaba italiano) se presentó puntualísimo en el lobby de nuestro hotel. Con tan pocos días a disposición, nuestra mejor opción fué la de ir al desierto de Zagora donde si bien las grandes dunas no existen, el paisaje es de todas maneras bello y sugestivo.

Montañas del Atlas

Para llegar al desierto de Zagora desde Marrakech hay que subir por la carretera que atraviesa las montañas del Atlas las cuales por si solas valen la pena del viaje, estar a más de 2000 metros de altura contemplando un paisaje tan bello es algo que se recuerda para toda la vida.

Luego de pararse en diferentes puntos para tomar fotos y respirar el aire puro de las montañas, a la hora de la comida se llega a Ksar Ait Benhaddhou donde después de visitar la Kasbah se come en un localito del lugar. Nuestro guía nos dejó en las manos de otro guía local (que hablaba español) el cual nos llevó a recorrer el lugar y nos explicó todas las cosas interesantes que había.

En la Kasbah de Ksar Ait Benhaddhou se puede también visitar las dos o tres casas que aún albergan familias del lugar pagando una pequeña suma (1€ más o menos), además de visitar las diferentes tienditas de souvenirs que hay por todas partes. En algunos restaurantes existen además piscinas donde se puede uno refrescar del tremendo calor que se siente. Estamos hablando que siendo mayo, la temperatura era tan solo de 34° y digo “tan solo” porque nuestro guía nos informó que en verano las temperaturas alcanzan hasta los 48-50°.

Luego de comer se regresa en carretera, parándose de vez en cuando para tomar un café, una bebida fría o el tan popular té a la menta (yerbabuena). Se pueden detener también en algunas de las diferentes cooperativas femeninas que se dedican a la creación y venta de productos con aceite de Argan.

El desierto

Llegamos a donde nos esperaba nuestro camellero ya cuando el sol estaba cayendo. Luego de un ataque de pánico inicial subí yo también al camello y emprendimos el paseo de casi una hora y media. Es verdad que ya me había subido yo a un camello allá por el lejano 2004 cuando fuimos a Tunisia, pero estamos hablando que entonces tenía yo treinta años y huesos más sólidos. El paseo me dejó tan molida que juro que no me volveré a subir a un camello en lo que me resta de vida. Con todo y dolor en el trasero, llegamos por fin al campamento, donde ya había un grupo de personas tomando té y relajando los músculos luego de tan particular paseo.

En ese grupito de personas estaban dos españoles con los cuales hicimos rápidamente conversación y los cuales resultaron unas personas encantadoras y super amigables, desde aqui aprovecho para mandarles un cariñoso saludo. Los chicos del campamento nos indicaron nuestra tienda la cual, como el resto de tiendas, era una pequeña recámara para dos personas, con una jofaina para lavarse, mesita de noche y luz eléctrica. Es cierto que la cama era dura como piedra (¿o debo decir arena?), pero por el resto las condiciones eran cómodas, las sábanas recién lavadas y los baños (fuera del campamento) incluían agua caliente y duchas individuales del tamaño de mi sala.

Luego de una cena típica que incluía Sopa de legumbres, Taijin de pollo y fruta fresca de estación; nos sentamos fuera alrededor de un fuego a disfrutar del espectáculo que nos ofrecieron los chicos del campamento con tambores e instrumentos típicos. La velada trascurre entre conversaciones bajo las estrellas y la luz del fuego, hasta que el último de lo concurrentes se retira a su tienda cansado y expectante de la mañana siguiente donde se podrá apreciar un amanecer entre dunas y quietud única.

Es de mañana y el sol ya está un poco alto. Se desayunan las típicas tortitas de harina con mermeladas de higos, dátiles y jugo de naranja recién hecho. Es hora de partir, nos espera un largo día de regreso a Marrakech visitando otros lugares de interés como los estudios de cine y la Kasbah de Ouarzazate, además de algún bazar típico donde hacer compras de souvenirs a precios aparentemente bajos, digo aparentemente porque en realidad por menos se pueden encontrar cosas igual de lindas en los Zocos de Marrakech.

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La cosa mejor en el viaje de regreso es volver a ver los diferentes paisajes del camino, las gargantas de Todra y Dadès con sus impresionantes barrancos que quitan el aliento, el extenso verde de palmeras del Valle del Draa y sobre todo, la gente de los pueblitos que se pasan a lo largo del camino.Todo es nuevo, diferente y con ese magnetismo que solo tienen los países como Marruecos.

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