Big Sur, California

Si tuviera que escoger un lugar favorito del último viaje que hicimos a California sería sin duda Big Sur. Si las emociones se pudieran transmitir a travéz de un monitor, también ustedes lo pondrían en su lista de favoritos.

Max y yo conocimos esta parte de California por pura suerte cuando nuestros planes de regresar a Long Beach cambiaron y en lugar de hacernos la ruta que teníamos planeada decidimos bajar por la famosísima Pacific Coast Highway. Tengo que admitir que antes de tomar dicha carretera yo me había informado poco, lo único que me quedaba bien presente es que íbamos a hacer más horas de las debidas para llegar a nuestra primera parada de descanso donde pasaríamos la noche.

No guías, no planes, nada. Solo el tanque del carro lleno, snacks para el camino, una buena playlist y muchas ganas de aventura.

Un recorrido que normalmente nos hubiera tomado máximo un par de horas, lo cambiamos con gusto por uno más largo si eso significaba sentir la fría brisa del Pacífico en la cara.

Ese pedazo de tierra conmovedor y salvaje

Big Sur es una región del sur de California donde kilómetros y kilómetros de montañas rocosas se vuelcan temerarias en un océano de violentas olas, un pedazo grande de planeta donde los atardeceres más bonitos del Pacífico compiten con las suaves albas de las montañas de Santa Lucia.

El nombre le queda al pelo porque proviene del español “el sur grande” o “el país grande del sur”, haciendo referencia a su localización al sur de la península de Monterey.

Si, el Big Sur es grande, grande. Como grandes son sus paisajes, como grande te hace sentir ir por esas carreteras llenas de curvas, de secuoyas, de verdes que tiran a negro, de sonidos de olas furiosas que rompen el silencio de los parques naturales.

Y luego te das cuenta de que no es solo conocer un lugar nuevo, así tan panorámico y espectacular, es que además el mar, ese mar, tiene la virtud de traerte recuerdos hermosos de tu infancia y entonces piensas que sin lugar a dudas, eres una suertuda.

Big Sur es además muy visitado por los amantes de la naturaleza gracias a sus parques: Los Padres National Forest, Ventana Wilderness, Silver Peak Wilderness, y Fort Hunter Liggett.

Comenzando la aventura

Dejamos atras Carmel by the Sea y no teníamos siquiera 10 minutos manejando cuando decidimos hacer la primera parada. Una playa desierta donde nos detuvimos solo un par de minutos a tomar algunas fotos.

El fresco de la mañana y el olor a sal me trae recuerdos memorables del pueblo donde nací. Mi abuelo en su paseo matutino por la playa, mi hermano Salva que sale a correr por las tardes. Yo que en ese entonces no pensaba a otra cosa que a saltar entre las olas hasta que la piel se me ponía morada del frío.

Seguimos manejando y nos damos cuenta que casi cada kilómetro hay letreros anunciando miradores. Nos bajamos en uno y es tan estrecho que nos da un poco de vértigo al mirar entre los pinos como las olas del océanos se rompen una y otra vez en un vaivén acompasado.

Esta región además está protegida por un programa local muy estricto (Big Sur Local Coastal Program) que impide un desarrollo exagerado del lugar y lo mantiene lo más virgen posible, vaya, que nada de que “me jubilo y me voy a comprar una casita al Big Sur para pasar mis últimos días”, en esta zona los pocos lugares poblados están muy bien controlados por el gobierno para mantener baja la población y construcción de casas o lugares turísticos, manteniendo así la belleza natural que lo distingue, no por nada los estadounidenses lo llaman “Un tesoro nacional que requiere medidas extremas para su conservación”.

Conforme nos adentramos en la zona se pone más bonito el paisaje. La carretera se aparta un poco de la costa y se adentra en los bosques con olor a humus, a tierra mojada, a verde oscuro y humedad.

En esta zona-llamada Valle del Big Sur- se pueden encontrar los únicos alojamientos (lodges) y gasolinerías de la región, así que nos detenemos a comer algo. Un burrito nos basta y sobra para los dos (¡Por dios que grandes los hacen!). Aprovecho y compro dos Advil porque el dolor de cabeza de esta mañana se está convirtiendo en migraña y no quiero me arruine el día, yo creo que fué por lo poco que dormí anoche.

La pastilla, el burrito y la bebida me ponen en pié de nuevo y luego de una visita rápida al baño, nos ponemos en camino nuevamente para seguir disfrutando de los espectaculares paisajes deteniéndonos en muchos de sus miradores.

De repente, un hermoso valle. Un viento que movía el carro y…vacas! Si, lo sé ¿Qué tiene de espectacular el ver vacas? No sé, pero nos paramos por la enésima vez y corremos acercándonos a los animales que sin inmutarse un segundo continúan a pastar con una tranquilidad de dar envidia, como si el viento feroz con olor a mar no se sintiera tan frío de hacerte castañear los dientes. Ellas felices continuaron su cena y yo feliz les tomé fotos. Fué un momento feliz para todos, para las vacas y para nosotros. 

Max sigue manejando y yo sigo tomando videos, fotos, cantando y charlando. Llevamos horas metidos ahí con excepción de cuando nos bajamos a tomar fotos y a estirar las piernas, sin embargo nos sentimos embriagados de contentos. ¡Es tan bonito todo!

De pasada leo algo…espera ¿Decía leones marinos? ¿Ya lo pasamos? ¡Yo veo gente! Ay si…de seguro ya lo pasamos por allá había gente.

¿Qué hago? ¿Me regreso? -me pregunta Max-

No sé, dejáme checar en Google, aquí si hay señal. -le respondo-.

No había siquiera empezado la búsqueda cuando Max comienza a detener la marcha y se adentra hacia la playa. No sé como, pero hemos dado con el Piedras Blancas Elephant Seal Rookery.

Advertencia: Si les gustan los animales van a pasar horas embobados con los leones marinos del lugar. Verlos estirarse, dormir la siesta, pelearse, enamorarse, nadar y jugar en el mar es un espectáculo que derrite hasta el más fuerte.

Luego de varias fotos, selfies y videos, nos alejamos del lugar y continuamos nuestro camino. En Lompoc nos espera una cama calientita y una cena abundante bien merecida, mañana será otro día lleno de aventuras.

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